Los adultos tenemos miedo
- Mireia Long
- 11 jul 2016
- 2 Min. de lectura

Los adultos tenemos miedo. Criar y educar a un hijo es la mayor responsabilidad que asumimos en la vida. Ser consciente de que la felicidad y el futuro de esa persona depende de lo que le enseñemos pesa mucho. Y son las personas a las que más amamos, por encima de todo. Tenemos miedo a errar.
Además, en nosotros pesa mucho el condicionamiento al que fuimos sometidos en nuestras infancias, la manera en la que nuestros padres nos educaron. Y nos duele aceptar que ellos cometieron, con la mejor de las intenciones, errores. Si nos atrevemos a mirarnos por dentro podemos descubrir que nos dañaron impidiéndonos decidir por nosotros mismos, equivocarnos, asumir riesgos, conocernos.
Si no lo hacemos estamos condenados a repetir sus errores y usar las mismas técnicas que ellos. Y no podemos evitar, sin un trabajo personal valiente, que no tenemos todas las respuestas y que podemos darles más libertad.
También son responsables de esto los expertos y psicólogos que nos han convencido de que al niño hay que domarlo, ponerle muchos límites, aceptar sin plantearnos las normas y costumbres, aunque nos demos cuenta que chocan con la naturaleza infantil. Hay que tragar con todo y hay que obedecer al adulto, o van a perderse, ser tiranos, ser violentos.
Todo eso es incierto. El niño reproduce el comportamiento que tengamos con ellos. Si somos empáticos y respetuosos ellos lo serán. Si les dejamos ser niños, jugar libres, tener tiempo, no ser presionados, cumplirán las etapas de desarrollo sanamente.
Otra cosa que les cuesta mucho a los padres es el estrés de la vida moderna, que les impide dedicar mucho tiempo a sus hijos y dejarlos en manos de otras personas a veces desde que son bebés. No los conocen suficiente y no tienen paciencia, ni recursos ni tiempo.
Cuando, además, los niños empiezan a reafirmar su yo, su voluntad, suelen tener rabietas porque no saben aún manejar su frustración y los padres, agobiados, se desesperan y quieren controlarlo todo, imponiendo un adultocentrismo que impide al niño incluso reconocer sus emociones, expresarlas, conocerlas y canalizarlas de manera adecuada. Se les reprime en todo por miedo, costumbre y comodidad.
Podemos dejar que los niños decidan muchas cosas simples y no peligrosas. Poco a poco además, vamos a tener que dejarles tomar más decisiones, pues al final de su infancia, cuando entren en la vida adulta, deben estar acostumbrado a hacerlo con responsabilidad, independiente y autónomamente.
Mireia Long
fuente: www.pedagogiablanca.net
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