ENTREVISTA A CARLOS GONZÁLEZ “Lo que necesitan los niños es mucha atención y mucho cariño, lo demá
- terapiadeparejaend
- 18 may 2016
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No hay más límites que la vida pone, ni autoridad más férrea que el amor de los padres a sus hijos. Para el pediatra Carlos González, quien es uno de los máximos exponentes en métodos de crianza respetuosa basada en el amor y tiempo que entregan los padres a sus hijos, autor de libros sobre crianza, alimentación y salud infantil como “Bésame Mucho”, “Guía de lactancia materna: Un regalo para toda la vida”, “Comer, mamar, amar” y “Creciendo Juntos”, fundador y presidente de la Asociación Catalana Pro Lactancia Materna (ACPAM), miembro del Consejo de Asesores de Salud de la Leche League International, es la fórmula mágica en lo que se refiere a autoridad y establecimiento de límites.
Es este mismo tema que quisimos abarcar en esta entrevista exclusiva realizada por RevoluciónMamá.com, en vísperas de su arribo a nuestro país para realizar un ciclo de charlas abiertas y círculos de conversación para padres, llamado “La paternidad en el mundo actual”, en las ciudades de Santiago, Valparaíso y Concepción, organizado por la productora Ximena Rivera de Globo Azul.
En su ciclo de charlas que realizará este año en Chile, está presente el tema de los límites. ¿Es erróneo pensar que los niños no tengan límites?
– Claro que tienen límites. Unos son naturales: no pueden volar, no pueden ganar siempre que juegan con sus amigos, no pueden saberse la lección sin estudiar. Otros son económicos o sociales: no pueden tener un caballo en un apartamento, no pueden ir en bicicleta por calles peligrosas, no podemos llevarlos de excursión si no tenemos vacaciones. Y otros se los tenemos que poner por su bien: no pueden comer muchos caramelos, no pueden jugar con fuego o con cuchillos. Por supuesto, tampoco pueden pegar a otros niños, insultar, arrojar objetos por la ventana, prender fuego a la casa…
Sí los niños tienen sus propios límites, entonces, ¿A qué llamamos poner límites a los niños?
– Ahí está el problema. Todos los límites antes mencionados, razonables y necesarios, los ponemos los padres sin ninguna dificultad. Nadie deja que su hijo beba lejía “es que si no le doy un poco, se pone a llorar”, y si vemos a un niño con una pistola de verdad en la mano se la quitamos al momento y no pensamos “qué niño tan malo, ha agarrado la pistola”, sino “qué estúpido he sido, cómo pude dejar la pistola a su alcance”. Y si los límites son tan fáciles de poner y todos lo hacemos, ¿cómo es que se habla del tema, y que hay expertos y libros sobre el asunto? Probablemente porque alguien quiere que no nos conformemos con poner los límites lógicos y razonables, sino también otros innecesarios, arbitrarios, tiránicos; límites que se ponen para demostrar que “aquí mando yo”.
Si los padres ponemos límites lógicos, ¿Debemos pensar en un momento exacto para comenzar la educación con normas y límites?
Empieza desde antes de nacer. Porque los padres, a veces se olvidan que también tenemos normas y límites. No podemos fumar o beber alcohol durante el embarazo. No podemos pegar a nuestros hijos, ni insultarles, ni ridiculizarles, ni gritarles, ni negarles nuestro tiempo y nuestra atención.
Según su visión, ¿Qué papel juegan en la educación las normas y los límites?
– Deberían jugar un papel secundario. La educación se basa pasar tiempo con los hijos, en tratarles con cariño y respeto, en darles ejemplo.
Hablando de padres muy permisivos, ¿Existe una edad fundamental donde sí o sí debe uno respetar esos límites que pone a sus hijos?
¿Padres muy permisivos? Vamos a ver, el que deja a su hijo jugar con la pistola cargada para que no llore no es permisivo, es negligente. Evidentemente, hay cosas que se tienen que cumplir sí o sí. No puedes dejar que tu hijo beba lejía, nunca, a ninguna edad, bajo ninguna circunstancia, por mucho que llore. Pero no hace falta gritar y castigar o volverse un energúmeno; la lejía se puede guardar en alto, se puede esconder, se puede distraer al niño con otra cosa para que no llore, pero es absurdo dar a un niño un vaso de lejía para que no llore. Es igual de absurdo no darle un caramelo, “porque le he dicho que no y es que no, y ya puede llorar hasta vomitar o patalear o darse golpes en la cabeza, a Dios pongo por testigo de que jamás le daré ese caramelo”. Hay cosas en las que no se puede ceder jamás, hay cosas en las que se puede ceder de vez en cuando y hay cosas en que sólo un loco fanático no cedería.
Por lo menos en Chile, un alto porcentaje habla de que los niños desde pequeños manipulan a sus padres para ver hasta dónde llegan y generalmente con pataletas, ¿Crees que esto es tan así, qué un niño de 1 año y medio o más hace una pataleta para manipular a sus padres?
Tonterías. Los políticos nos manipulan. La publicidad nos manipula. Los periodistas nos manipulan. Pero, ¿los niños? ¿De verdad alguien cree eso? Muy inseguro debe ser un adulto para sentirse amenazado por las astutas maquinaciones de un niño de año y medio.
A ver, imaginemos dos niños pequeños que quieren un pastel. Uno tiene una tremenda pataleta, se tira por el suelo, pega patadas, grita a todo pulmón. El otro exhibe su mejor sonrisa y dice “Mamá, por favor, cómprame un pastel, va, Mamá, que me he portado muy bien, Mamá guapa, Mamá buena, cómprame un pastel, eres la mejor Mamá del mundo, va, un pastelito, que son muy nutritivos, están hechos con harina, huevos y leche, llevan vitaminas y calcio, va, Mamá, un pastelito…”¿Cuál tiene más probabilidades de conseguir el pastel? El que tiene la pataleta es probable que no consiga más que gritos y castigos, y en algunas familias hasta se puede llevar un bofetón. ¿Acaso creemos que los niños son tan tontos como para no saber cuál es la manera de conseguir un pastel? El que tiene una pataleta no lo hace por gusto, sino porque está desesperado, está sufriendo, no sabe hacer nada mejor. Podemos darle el pastel, o no, dependerá de cuántos pasteles haya comido, de si tenemos dinero para comprárselo, de si tiene caries o es diabético… podemos negarle el pastel, si creemos que eso es lo correcto. Pero lo que no podemos hacer jamás es gritarle, castigarle, humillarle o ridiculizarle. Un niño que tiene una pataleta por un pastel tal vez no necesita un pastel, pero lo que seguro que sí necesita es consuelo y atención.
Sobre el castigo, ¿cómo podemos evitarlo cuando generacionalmente hemos sido criados con éstos?
– Pues lo mismo que tenemos que aprender a vivir en una democracia cuando nos criamos en una dictadura. Hay que hacer un esfuerzo. Porque los padres tenemos autoridad y eso implica una gran responsabilidad. El castigo es inútil en la educación de los hijos. Porque el objetivo de la educación es hacerles mejores personas, y el castigo no te hace mejor. Ni a los niños ni a los adultos. Como mucho, es posible que la amenaza del castigo disuada a algunas personas de cometer ciertos delitos. Pero el miedo al castigo no puede ser la base de una conciencia moral. Todo lo contrario. Las personas honradas no roban porque saben que eso no se hace, porque distinguen el bien del mal, porque saben que el robo perjudica a la víctima y sienten empatía, compasión y no quieren perjudicar a nadie. No es la policía ni la ley, sino su propia conciencia, lo que le impide robar. Una persona que no roba solamente por miedo a que le pillen no es una persona honrada, sino un ladrón cobarde. No es eso lo que queremos para nuestros hijos.
¿Qué opinión tiene de aquellos padres que ponen límites con gritos o se alteran a veces sin consciencia en el momento, más bien repitiendo patrones de conducta de sus padres?
– Mi padre me solía dar un consejo muy útil: “Antes de hacer una tontería, cuenta hasta diez. Y luego, no la hagas”.
Para los papás primerizos, podría dar algunos consejos respecto a poner normas y límites.
– Les aconsejaría no preocuparse tanto por el tema. Los límites importantes como no pegues a tu hermano, no te tires por la ventana, lávate los dientes…los sabrán poner, como saben todos los padres. Y los límites que no son importantes… no tienen importancia. Lo que necesitan los niños es mucha atención y mucho cariño. Lo demás viene solo.
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